La historia de la pandemia de covid-19 está sembrada no solo de vidas perdidas y una grave crisis social de subsistencia, sino también del marketing y la promoción de tratamientos inciertos que se venden a precios muy elevados.
La historia del remdesivir tiene muchas cosas en común con lo ocurrido con el Tamiflu (oseltamivir), el medicamento que costó al mundo miles de millones de dólares durante la pandemia de gripe porcina de 2009.
Ambos fármacos fallaron en las indicaciones previas que tenían y fueron promocionados al comienzo de las respectivas pandemias (gripe porcina y covid-19) sobre la base de investigaciones limitadas y de mala calidad, y financiadas principalmente por las compañías farmacéuticas propietarias de la patente de dichos fármacos.
En ambos casos los gobiernos invirtieron millones de dólares sin beneficio alguno para sus respectivas poblaciones. Compras y gastos absolutamente inútiles en los tratamientos a que fueron sometidos decenas de miles de pacientes.
Los organismos reguladores como la FDA dieron su aprobación con poco o ningún rigor. Con posterioridad, un ensayo clínico con un número mayor de pacientes, mostraba que el remdesivir tenía poco o ningún beneficio en los pacientes hospitalizados.
Como consecuencia, la Organización Mundial de la Salud se ha opuesto al uso de remdesivir en pacientes con covid-19, cualquiera que sea su gravedad.
Según el comunicado de prensa del a OMS, la ciencia no se puede sustentar en análisis provisionales con datos a los que no se tiene acceso. Los pacientes y el público merecen algo mejor que esto. Los profesionales de la salud también. Pandemia o no pandemia, las decisiones deben basarse en el escrutinio independiente de los datos completos de los ensayos.