Fuente: Informe Conclusiones del grupo independiente de expertos creado por la OMS para examinar la respuesta internacional a la COVID-19. OSALDE
¿Estamos preparados para tener una reflexión honesta, cada uno de nosotros, todos? ¿Estamos listos para aprender las grandes lecciones y podemos hacerlo honestamente?
En mayo, los países miembros de la Organización Mundial de la Salud, incluido Estados Unidos, acordaron, en su asamblea anual, poner en marcha una evaluación “independiente y exhaustiva” de la respuesta sanitaria internacional a la COVID-19 coordinada por la agencia sanitaria.
La comisión no estaba vinculada a EEUU, emana de la resolución de la Asamblea Mundial de la Salud de mayo.
El grupo, encabezado por la expresidenta de Liberia Ellen Johnson Sirleaf y la ex primera ministra de Nueva Zelanda Helen Clark, deja claro que el mundo no estaba preparado y había ignorado las advertencias previas, lo que resultó en un fracaso masivo.
El objetivo es extraer las principales lecciones para garantizar que cualquier brote futuro de una enfermedad infecciosa no se convierta de nuevo en una pandemia catastrófica.
Tras ocho meses de trabajo, el Panel Independiente de Preparación y Respuesta a la Pandemia ha presentado este miércoles su informe final, cuyos hallazgos serán expuestos en la Asamblea de la Salud a finales de mayo
Las instituciones actuales, públicas y privadas, no han conseguido proteger a la población de una pandemia devastadora. Si no cambian, no evitarán una en el futuro
El actual sistema, concluyen, es claramente inadecuado para ello. Los fallos y las lagunas que desembocaron en una pandemia mundial comienza mucho antes de diciembre de 2019, cuando se detectaron los primeros casos de neumonía de origen desconocido en Wuhan, China.
La COVID-19 está causada por un virus de origen zoonótico cuya aparición era muy probable. La aparición de la COVID-19 se caracterizó por una mezcla de acciones tempranas y rápidas, pero también por el retraso, la vacilación y la negación, con el resultado final de que un brote se convirtió en una epidemia y una epidemia se extendió a proporciones pandémicas, dicen a lo largo del informe de más de 80 páginas.
El informe repasa los primeros acontecimientos en Wuhan a finales de diciembre de 2019 y enero de 2020. A su juicio, estos demuestran que los médicos chinos que notaron casos de neumonía inusuales fueron diligentes, enviando muestras para su análisis y transmitiendo su preocupación a las autoridades sanitarias.
Desde que la la OMS tuvo conocimiento del brote el 31 de diciembre de 2019 hasta un mes después, el 30 de enero de 2020, no declaró la emergencia de salud pública de importancia internacional.
El tiempo transcurrido entre esta declaración y la notificación de los casos de neumonía fue demasiado largo, y es probable que el brote de Wuhan cumpliera los criterios para una emergencia internacional en la primera reunión del 22 de enero.
Los procedimientos formales de notificación y declaración de emergencia previstos en el Reglamento Sanitario Internacional (RSI) fueron demasiado lentos para generar la respuesta rápida y preventiva necesaria para contrarrestar un nuevo patógeno respiratorio de rápida evolución. Se perdió un tiempo valioso.
La OMS se vio obstaculizada y no ayudada por las normas y procedimientos sanitarios internacionales, según Helen Clark en una presentación a la prensa.
Los expertos concluyen que el sistema de alerta no funciona con la suficiente rapidez cuando se enfrenta a patógenos respiratorios de este tipo y que el Reglamento Sanitario Internacional, jurídicamente vinculante, es un instrumento conservador que sirve para restringir en lugar de facilitar una acción rápida. Creen que debe afinarse la definición de un nuevo brote sospechoso con potencial pandémico. También, que no se aplicó el principio de precaución a la evidencia temprana cuando debería haberse hecho.
Así, opinan que, aunque la OMS advirtió de la posibilidad de que el virus se transmitía de persona a persona hasta que esta se confirmó y recomendó las medidas que debían tomar los trabajadores sanitarios para prevenir la infección, la agencia también podría haber dicho a los países que debían tomar la precaución de presuponer que se estaba produciendo este tipo de transmisión.
Una de las observaciones que hacen es que la cronología de los primeros días muestran dos mundos que funcionan a velocidades muy distintas: uno, el mundo de la información y el intercambio de datos a gran velocidad –con plataformas para la vigilancia de epidemias, en las que la OMS desempeña un papel destacado, actualizando y compartiendo constantemente información, así como noticias y desinformación– y otro, el ritmo pausado y deliberativo con el que se trata la información según la ley internacional, con requisitos de confidencialidad, verificación, umbrales y más énfasis en las medidas que no deben tomarse, más que en las que sí deben tomarse.
El mayor nivel de alerta no condujo a una respuesta urgente, coordinada y mundial. Solo una minoría de gobiernos puso en marcha medidas de protección y respuesta integrales y coordinadas, un puñado incluso antes de ver un caso confirmado, y el resto una vez que los casos habían llegado.
Es evidente que febrero de 2020 fue un mes perdido, en el que se podrían y deberían haber tomado medidas para reducir la epidemia y prevenir la pandemia
Febrero fue un mes en el que se perdió la oportunidad de contener el brote y la catástrofe sanitaria, social y económica mundial que todavía persiste. Tras un comienzo titubeante, a finales de enero estaba claro que se necesitaría una respuesta a gran escala.
Algunos no tomaron medidas firmes hasta que las camas de las UCI comenzaron a llenarse, y entonces era demasiado tarde
La OMS trabajó muy duro para proporcionar asesoramiento y orientación y apoyo a los países, pero los Estados miembros no dieron a la agencia el poder necesario para hacer el trabajo que se le exigía.
Las respuestas nacionales exitosas se basaron en las lecciones de brotes anteriores (mencionan el SARS y el ébola) o en que había planes de respuesta que podían adaptar. Escucharon a la ciencia, cambiaron de rumbo cuando fue necesario, involucraron a las comunidades y comunicaron de forma transparente y coherente. En los países de Asia y el Pacífico, ha sido dominante lo que llaman la estrategia de contención agresiva, entre los que se encuentran China, Nueva Zelanda, República de Corea, Singapur y Tailandia y Vietnam.
Por el contrario, muchos países con respuestas tardías también se caracterizaron por la falta de coordinación, estrategias incoherentes o inexistentes y la devaluación de la ciencia a la hora de orientar la toma de decisiones, lo que los dejó a la zaga, con altas tasas de infección y muerte.
Varios países de ingresos bajos y medios aplicaron con éxito medidas de salud pública que redujeron al mínimo las enfermedades y las muertes. Varios países de ingresos altos no lo hicieron.
A medida que COVID-19 se extendía a más países, no se logró satisfacer las demandas urgentes de suministros. Tampoco hubo un liderazgo global coordinado. No se dispuso de financiación específica a la escala necesaria para suministrar equipos médicos, poner en marcha la búsqueda de diagnósticos y terapias, o garantizar que las vacunas estuvieran disponibles para todos. La financiación internacional fue demasiado escasa y tardía. Al menos 17.000 trabajadores sanitarios murieron a causa de la COVID-19 en el primer año de la pandemia.
La COVID-19 ha sido una pandemia de desigualdades e injusticias
La desigualdad es el factor determinante para explicar por qué ha tenido impactos tan diferenciales en la vida y los medios de subsistencia de las personas. La combinación de malas decisiones estratégicas, la falta de voluntad para abordar las desigualdades y un sistema descoordinado crearon un cóctel tóxico que permitió que la pandemia se convirtiera en una crisis humana catastrófica.
Las vacunas se hn desarrollado a una velocidad sin precedentes, pero ahora deben distribuirse “de forma mucho más equitativa y estratégica para frenar la COVID-19. Una medida debe ser la redistribución de las vacunas disponibles –piden a las naciones ricas que donen al menos 1.000 millones de dosis de aquí a septiembre a través del mecanismo de reparto COVAX–, pero también incluyen entre sus recomendaciones más inmediatas reunir a los principales países productores de vacunas y fabricantes, bajo los auspicios conjuntos de la OMS y la Organización Mundial del Comercio, para acordar la concesión voluntaria de licencias y la transferencia de tecnología, incluido a través del Banco de Patentes de Medicamentos, sobre todo en aquellos acuerdos en los que se haya invertido fondos públicos.
Si no se toman medidas al respecto en un plazo de tres meses, dicen, debería entrar en vigencia inmediatamente una exención de los derechos de propiedad intelectual en virtud del Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio. La semana pasada, EEUU anunció su apoyo a esta medida, que lleva meses siendo reclamada por India, Sudáfrica y decenas de países del Sur global.
La COVID-19 es el momento de Chernóbil en el siglo XXI, no porque un brote de enfermedad sea como un accidente nuclear, sino porque ha mostrado muy claramente la gravedad de la amenaza para nuestra salud y bienestar.
El grupo pide a los gobiernos que se comprometan una transformación del sistema actual, con una serie de reformas, como crear un Consejo Mundial sobre Amenazas para la Salud que haga responsables a los gobiernos e instituciones implicadas. Y establecer un nuevo sistema mundial de vigilancia basado en total transparencia de todas las partes, que proporcionaría a la OMS la autoridad para publicar información sobre brotes potencialmente pandémicos de forma inmediata sin necesidad de aprobación y para enviar expertos a investigar a la mayor brevedad posible cuando sea necesario.
Cuando llegue la próxima crisis será demasiado tarde. Todos los gobiernos deberían revisar sus planes de preparación y asignar los fondos y el personal necesarios para prepararse frente a otra crisis sanitaria. Proponen nombrar a coordinadores nacionales para las pandemias, ante los que rendir cuentas, que tengan el mandato de impulsar la coordinación de todo el gobierno para la preparación y respuesta frente a pandemias.
Consideran importante reforzar la autoridad y la financiación de la OMS, así como crear un mecanismo internacional de financiación frente a pandemias, con capacidad de movilizar contribuciones a largo plazo de hasta 10.000 millones de dólares al año.
Asimismo, piden una plataforma verdaderamente mundial destinada a proporcionar bienes públicos mundiales, y que estos puedan ser distribuidos rápida y equitativamente en todo el mundo. Entre otras, acelerar el desarrollo, la producción y el acceso equitativo a las pruebas, el tratamiento y las vacunas contra la COVID-19.