Esta semana ha aparecido una interesante reflexión en el BMJ sobre la necesidad de redefinir “autor fantasma”: escritores a sueldo de compañías farmacéuticas que se dedican a escribir o a colaborar de manera sustancial en textos académicos, docentes y artículos de opinión de manera no explícita o reconocida. Pura propaganda pero con pretensiones de objetividad y cientificidad que por saturación (la propaganda es continua, multinivel y tiene capacidad de excluir otras voces más equilibradas simplemente por ocupación de los espacios) acaba convenciendo a la mayoría de los médicos y cambiando sus prácticas.
Esta vía de propaganda, junto con la manipulación de los ensayos clínicos, es especialmente dañina: incluso un médico que evite el contacto con la industria es susceptible de ser engañado por artículos académicos o docentes que aparecen en las mejores revistas científicas del mundo disfrazados de reflexión profesional.
Según el autor del texto que comentamos, la definición de escritor fantasma en medicina debería ser distinta de la utilizada en otras disciplinas. En literatura se define escritor fantasma como aquel que escribe un texto o colabora en su escritura sin reconocimiento explícito (coautor, contribuyente, revisor, etc..). En medicina, debido a la cada vez mayor prevalencia de empresas y escritores dedicados profesionalmente a la labor de asesoramiento editorial y los ingentes intereses comerciales que marcan la agenda del conocimiento biomédico, el problema ya no es el reconocimiento de la autoría sino el desconocimiento sobre el verdadero proceso intelectual que ha llevado a la creación del texto, cada vez más alejado de la clásica inquietud profesional que acaba en una revisión espontánea de un académico o un encargo desinteresado de una revista médica.
De hecho, la industria recurriría a una caja de herramientas mucho más variada que la que supone la evidente inmoralidad de contratar a un autor fantasma y convencer (lease “comprar”) a un líder de opinión para que acepte firmar algo no escrito por él. Habría distintas vías de influencia de la industria en el contenido de un texto disfrazado de científico:
1- Planificación antes de que los autores sean reclutados: la empresa puede anticipar en términos generales el contenido del texto y planificarlo en detalle. Los mensajes clave serían determinados de antemano para su inserción en el manuscrito.
2- Selección del autor: el cultivo de las relaciones con los académicos es fundamental para la propaganda. Los “cazadores de talento” de los departamentos comerciales de la industria los clasifican en “estrellas en ascenso” o “líderes consolidados”. Las relaciones se cultivan a través de diferentes fórmulas como “pagos por asesoramiento”, participación en ensayos clínicos o grupos de consenso; pagos por conferencias, trabajo con los medios de comunicación o autoría de un artículo. Cuando la compañía consigue una “amistad fiable” se le incorpora al proceso de planificación del texto de manera más precoz. La mayoría de los autores académicos no son unos “invitados”, como se definen normalmente, sino que contribuyen sustantivamente al contenido aunque aceptando los consejos y la ayuda editorial de escritores profesionales que, obviamente, tienen muy claros los objetivos del texto. Los fines comerciales son ineludibles; los académicos individuales son contingentes y reemplazables. Todos los académicos son utilizados por su capacidad de proporcionar experiencia, credibilidad y aceptar convertirse en “defensores” del producto ante compañeros.
3- Discusión, sesiones informativas y revisión del manuscrito: estos procesos tienen lugar entre las compañías farmacéuticas, las revistas, las agencias de comunicación de conocimiento médico y los autores académicos. Por ejemplo, en los acuerdos de publicación con las empresas profesionales de comunicación científica se suele incluir una directriz sobre que la farmacéutica se reserva el derecho a revisar todas las publicaciones derivadas de sus ensayos y se garantiza la posibilidad de “debatir” con los autores académicos posibles interpretaciones no completamente a favor de sus productos. Estas interacciones no suponen exactamente un poder de veto pero, sin duda, garantizan una capacidad de control muy notable sobre el contenido.
4- Orientación documental: las compañías farmacéuticas proporcionan a los autores o escritores resúmenes de artículos y resultados, o informes de estudios clínicos.
5- Participación en los ensayos clínicos: las empresas son capaces de alterar los artículos gracias a que “meten la mano” en los ensayos clínicos que sirven como base para las revisiones: eligen las preguntas, establecen el diseño del estudio, controlan las estadísticas y su interpretación. Con frecuencia, empleados corporativos participan como co-autores de los manuscritos en la mayoría de los ensayos clínicos
6- Los escritores comerciales o los equipos editoriales pueden realizar tareas tales como la creación de los titulares, añadir detalles a los manuscritos, edición del texto o la redacción completa.
Centrar la discusión en la autoría impide llegar al fondo de la cuestión: ¿es posible establecer las atribuciones que correspondan de una manera más descriptiva? Para los lectores es crucial saber si el texto que están leyendo ha sido iniciativa de una empresa farmacéutica o ha contado con la supervisión de una editorial médica pagada por una farmacéutica. En cambio, a la industria lo que le interesa es resaltar el papel de los académicos y evitar identificar su influencia a través del proceso.
El autor deL texto del BMJ propone algunas medidas útiles:
– Conocer el proceso de selección del autor es importante para la credibilidad académica.
– Colocación del autor: se suele reservar la principal autoría para los académicos y sus instituciones dejando a los que han colaborado profesionalmente en puestos secundarios, creando una impresión de liderazgo.
– Cuando se declaran los apoyos se suele hacer en letra pequeña; las compañías farmacéuticas se describen habitualmente como “patrocinadores”, lo que trasmite una idea de que solo se han ocupado de los costos logísticos, cuando en realidad ha tenido un papel relevante en la planificación.
– En los ensayos clínicos rara vez se establece claramente de quién fue la iniciativa o quién lo planificó; tampoco se especifica que los datos son propiedad de las compañías.
– En los “agradecimientos” a menudo se incluye a escritores individuales en lugar del nombre de la empresa en la que trabajan, y se utilizan eufemismos como “asistencia en la escritura” para describir su función.
Este proceso comercial de construcción del conocimiento biomédico es aceptado por los académicos ya que sirve para incrementar su curriculum y, a la vez, su capacidad de influencia. Más presencia, más poder, más influencia, mejores retornos económicos por parte de la industria.
En el fondo es un proceso de construcción de líderes académicos. La industria crea, alimenta y desarrolla a “sus campeones”.
El debate sobre autores fantasma solo interesa a la industria; lo importante es cómo introducir transparencia en todo el proceso.
La arraigada cultura de la “atribución errónea” sirve por igual a los intereses comerciales y a los egos académicos.