Vicente Baos
En los meses de enero y febrero de cada año, la noticia de que las urgencias hospitalarias están colapsadas es ya un clásico. Estaría bien decir que los servicios sanitarios se encuentran desbordados, porque me gustaría que vieran como está la puerta de mi consulta del centro de salud con 40 personas citadas y unas 10 más de «urgencias» porque no hay huecos para citas. ¿Pero ¿es la gripe la culpable? ¿son los «recortes»?
La noticia aparece en los medios de comunicación desde hace mucho tiempo, en las vacas flacas, en las gordas y en las caquécticas actuales. Basta con poner en Google: gripe provoca el colapso de las urgencias hospitalarias y salen noticias de 1995, 2000, 2002, 2010, 2011 y me he cansado de seguir buscando. En todas las autonomías se repite el mismo titular.
Los gestores políticos, los periodistas y mucha personas siempre atribuyen a la gripe dicho problema. Disculpemos la ignorancia y hablemos de los múltiples virus respiratorios y digestivos que afectan a la población infantil y adulta en estas épocas invernales en el hemisferio norte.
Lamento comunicar que la gripe estacional de este año no está todavía en el pico de máxima incidencia, así que seguiremos oyendo hablar de dicho colapso.
El incremento de la patología infecciosa, dado que la otra va a ritmo fijo teóricamente, salvo las caídas sobre superficies frías que se incrementan, es un factor de desbordamiento sobre unos niveles límites de los servicios sanitarios «con la puerta siempre abierta» como son los servicios de urgencias hospitalarios y puntos de atención continuada ubicados en los centros de salud y el propio sistema de atención primaria de los centros de salud. Solamente, estos actores del sistema sanitario no tienen limitado su acceso a la población y deben recibir, atender y valorar a cualquier persona que solicite ayuda. La principal diferencia es que los servicios de urgencias están para eso, pero las consultas de los médicos de familia y pediatras están también para todo lo demás; es decir, la consulta habitual de la patología crónica. Por ello, mis pacientes que han pedido consulta con antelación y «sin urgencia» ven invadido su tiempo por las «urgencias». Y realmente, la suma de ambos factores multiplica el efecto «caos» y «presión asistencial» sobre la figura del médico de familia, el pediatra y todo el personal escaso del centro de salud.
Ilustrando un ejemplo: atendiendo a una anciana venerable con su insuficiencia cardíaca, sus dolores de espalda, ajustando el resultado de su INR, tengo que dejarlo todo para atender una mujer joven con una crisis de asma importante. A continuación, vuelvo a la pantalla del ordenador y veo que entre los 7 minutos de cada paciente me han metido una diarrea que necesita el justificante de ausencia laboral, una otitis media perforada y un dolor abdominal que han traído del colegio. Cuento esto, para cualquiera que no trabaje en un centro de salud. Mientras respiro dos veces, el teléfono suena para decirme que una paciente que tiene mucha fiebre lleva más de media hora esperando y ha ido al mostrador para que me llamen y me digan que haga el favor de verla «ya».
Basta de quejas. El colapso es por la «gripe» y tan a gusto. No, los servicios sanitarios están al límite – para mí eso significa que atiendo a 2008 pacientes, de los cuales 410 son mayores de 65 años- . Y cuando la gotita X cae sobre el vaso lleno, se derrama. Desde hace muchos años. Y a peor.