Detrás de las epidemias están los microorganismos patógenos (bacterias, virus, hongos, protozoos y priones) que permanecieron ocultos y desconocidos durante siglos, hasta que el desarrollo del microscopio (primero, óptico; luego, electrónico) permitió su identificación. Ahora, por ejemplo, conocemos la naturaleza de los virus: organismos acelulares, que cuentan con pequeñas cadenas incompletas de ADN o ARN y que necesitan las células de otros organismos para sobrevivir y reproducirse. Los virus son microscópicos caballos de Troya1.
Hasta las últimas décadas del siglo XIX, la Medicina occidental creía que las epidemias se debían a una interacción dinámica entre los miasmas ( las condiciones locales del medio ambiente) y los propios individuos afectados (que probablemente eran susceptibles de ser contagiados, en función de desequilibrios morales o “humorales”). Pero, el francés Louis Pasteur y el alemán Robert Koch, echaron abajo estas teorías y revolucionaron el mundo de la medicina, al demostrar que organismos microscópicos como las bacterias, podían causar graves enfermedades.
Así nació Microbiología y la teoría de las enfermedades infecciosas: las enfermedades no están causadas por la ira de los dioses o las emanaciones de los miasmas , sino por gérmenes microscópicos que invaden el organismo («huésped”). El biólogo Pasteur2, desarrolló una vacuna contra la rabia y formuló la “teoría microbiana”, consolidada después por Robert Koch al aislar la bacteria que causaba la tuberculosis y los bacilos del carbunco (ántrax) y del cólera, y por el húngaro Ignaz Semmelweis3, pionero en el uso de desinfectantes y lavado de manos, que ha tenido una gran importancia en la historia de la medicina.
La teoría de Pasteur fue una pieza clave para la consolidación y el desarrollo del “modelo biomédico”de la enfermedad, que entre sus postulados, asume que cada enfermedad obedece a una causa específica. Pasteur también fue un impulsor de la medicina tropical, una construcción médica que fue diseñada desde la hegemonía cultural e ideológica de los colonizadores. En todo caso, no hay duda de que estos descubrimientos y los avances médicos posteriores en el siglo XX dieron lugar a nuevas vacunas y antibióticos milagrosos que salvaron millones de vidas y cambiaron el curso de muchas epidemias.
Paradigmas. En el verano de 1832, el flagelo del cólera se propagaba a los largo del Canal Erie y el río Hudson, amenazando la ciudad de Nueva York1. Había, sin embargo, razones que se oponían a tomar las medidas preventivas oportunas. De una parte, las poderosas exigencias del comercio que presionaban para mantener abiertas las vías fluviales. De otra, y no menos poderosa, la creencia de que no era necesario, ya que según el paradigma dominante, los contagios como el cólera se propagaban a través de emanaciones malolientes, llamadas miasmas. Para un experto de la época, el cólera era “una enfermedad de la atmósfera… llevada en las alas del viento”.
Se producía, por tanto, una convergencia, que se repite a lo largo de la historia, entre las razones comerciales y el paradigma científico dominante. Entendiendo por paradigma científico, el marco conceptual no explicitado, que da forma a nuestras ideas, que trae orden y comprensión a nuestros análisis y propuestas, y que permite orientar nuestras investigaciones y nuestra práctica, con la certidumbre de que la ciencia tiene o tendrá todas las respuestas, porque si no las tiene es tan sólo es una cuestión de tiempo.
El filósofo Thomas Kuhn2 dijo que sin los paradigmas la investigación científica es imposible: no sabríamos qué preguntas hacer o qué hechos recopilar. Pero, a su vez, los paradigmas también nos impiden tener una visión crítica, de ruptura con la doctrina establecida, que siempre encumbra a determinados conceptos y narrativas, que se vinculan a los intereses particulares que dominan la vida política, económica o cultural, pese a que pueden ser contrarios a nuestros propios intereses y al propio desarrollo de la ciencia.
El paradigma biomédico en las epidemias, Desde los descubrimientos de Louis Pateur y Robert Koch, se desarrolló una nueva forma de pensar y actuar ante las epidemias, consiste en identificar, primero, y eliminar después al patógeno responsables, con las denominadas “balas mágicas”. Todo un modelo conceptual que descarta estudiar las relaciones sociales, los factores ambientales o los comportamientos humanos. Que desecha la complejidad porque apuesta por una visión reduccionista y simplificadora de las epidemias: Los invasores, los microbios, deben ser identificados y después derrotados con medicamentos y vacunas.
No hay duda que el paradigma biomédico de las enfermedades infecciosas ha tenido importantes éxitos, hay que insistir en ello. Si bien, ha contado con que, en paralelo, se han producido importantes cambios higiénicos en las infraestructuras de la sociedad (al menos en una parte del planeta) y los comportamientos humanos, con sistemas de agua potable y de alcantarillado, saneamiento de viviendas o la puesta en marcha de sistemas sanitarios accesibles (incluso universales) y eficaces. La consecuencia fue que el número de enfermedades infecciosas se redujo significativamente en los países de rentas medias y altas. En EEUU, por ejemplo, se ha pasado de registrar el 30% de las muertes a cargo de las enfermedades infectocontagiosas, a finales del siglo XIX, a menos del 4%, a finales del siglo XX3.
Pero el paradigma también ha tenido notorios fracasos ya que no consiguió domesticar a epidemias como la malaria, y en otras ha obtenido éxitos parciales. El merito de los éxitos, en todo caso, se ha atribuido en el relato hegemónico a la lógica del modelo biomédico y, casi en el mismo plano, al capitalismo expresado por ejemplo a través de la industria farmacéutica. Y no a las infraestructuras, al desarrollo de la higiene o la cobertura de los sistemas sociales.
Un paradigma seductor y simplista, que está rodeado de carencias y contradicciones, porque es evidente, por ejemplo, que los microbios son esenciales para la vida y beneficiosos para la vida humana; que hay patógenos que se comportan de forma diferente según en que circunstancias, como el Helicobacter pylori, que causa úlceras gástricas en algunos pacientes, mientras es inofensivo en el estómago de otros; o que hay muchos microbios que son patógenos para nosotros pero que que conviven en otros animales sin problema alguno , como ocurre con los virus de la gripe en las aves acuáticas o el ébola en los murciélagos.
Hay evidencias suficientes de que el patógeno por sí mismo no es el responsable de causar daño al organismo humano, si no existe un contexto interrelacional que lo condicione. Es pues la hora de reescribir la historia de las epidemias, ya que hasta ahora se han contado como fenómenos puramente biológicos, independientes de una realidad social que previamente ha sido condicionada o modificada por la acción humana.
Responder, por tanto, a la pandemia del SARS- Cov-2 y en general a las amenazas que representan las pandemias, requiere una respuesta política múltiple e interconectada, porque no son fenómenos puramente biomédicos, que deban de ser manejados por expertos biomédicos, sino que están inscritos en la acción humana, en el marco de procesos sociales dinámicos, necesitados de la alianza de los médicos y los epidemiólogos con los ambientalistas, biólogos de la vida silvestre, antropólogos, economistas, geógrafos y veterinarios. Es decir, el verdadero significado de la buena salud no es la ausencia de la contaminación patógena, sino un complejo, respetuoso y equilibrado entramado de la comunidad humana consigo misma y con los ecosistemas.
No se trata de subestimar la investigación farmacéutica, aunque con los derroteros actuales el objetivo de la industria es hacer negocios con nuestra enfermedad, sino de trabajar para prevenir las condiciones que conducen y favorecen las epidemias y contagios: examinar (revisar) nuestras relaciones medioambientales y nuestro modelo económico y social…
2 Kuhn T: «La estructura de las revoluciones científicas»,. Fondo de Cultura Económica, 1989
3 Department of Health and Human Services «U.S. Annual Death Rates per 1,00U.S. Annual Death Rates per 1,000 Population, 1900-2005».vol. 54, no. 20, Aug. 21, 2007