Controversias sobre las pandemias. 5. Inmunización y vacunas

El conocimiento de que aquellos que habían sobrevivido a la enfermedad, no volvían a enfermar y la práctica posterior de inocular en la piel el contenido de una pústula de un enfermo de viruela, gracias a la genialidad del inglés Jenner, en 1776, permitió el desarrollo de la primera vacuna y enfrentarse a la pandemia de la viruela que tenía una letalidad del 30% en el Viejo Mundo y aún mayor en el Nuevo Mundo. Es el mejor ejemplo de la trascendencia histórica de las vacunas, que han permitido, además, reducir y racionalizar los cordones sanitarios.

Las vacunas son decisivas en Salud Pública, el principal mecanismo para prevenir las enfermedades infecciosas. El último caso´de viruela en el mundo ocurrió en octubre de 1977 , en Somalia – África , y dos años después la Organización Mundial de la Salud certificó la erradicación mundial de la enfermedad, confirmada por la Asamblea Mundial de la Salud en mayo de 1980. Otro tanto cabe decir de la Poliomielitis, recientemente declarada erradicada en África por la OMS, después de cuatro años libre de casos en Nigeria.1

Aún así, hay que recordar que no son una prioridad investigadora para la Industria Farmacéutica, dado que se administran pocas veces en la vida de una persona (al contrario que los medicamentos) y en consecuencia se investigan poco porque no representan más del 2% de las ventas de la corporaciones. Ocurre, además, que la mayoría de las vacunas que se utilizan están ya fuera de patente.

No obstante, en determinadas circunstancias, como es el caso de la pandemia del Covid-19 o cuando una vacuna es obligatoria o tiene una fuerte recomendación de las autoridades sanitarias, los beneficios se pueden incrementar radicalmente.

A modo de ejemplo, la Unión Europea ha comprado a la Farmacéutica Moderna 80 millones de dosis, a 35 euros cada dosis, Es decir, 2.500 millones de euros a una empresa con seis años de vida, que no tiene actualmente ningún producto en el mercado. Pero la competencia por sacar vacunas cuanto antes al mercado es feroz, e incrementa las dudas sobre su efectividad. Así, Anthony Fauci (inmunólogo, EEUU) ya admite una efectividad en torno al 50%, cuando en las vacunas de animales se exige el 75% para su comercialización.

Hay que tener en cuenta, así mismo, que el desarrollo de una vacuna puede tener unos costes muy elevados y es frecuente que se tarden más de 10 años en que se pueda conseguir una vacuna efectiva. Más de una década fue necesaria para desarrollar terapias eficaces para el SIDA, y a día hoy, todavía no existe una vacuna contra el VIH. Los medicamentos y vacunas para una amplia gama de otros patógenos de reciente aparición, desde el virus del Nilo Occidental hasta el Ébola han demostrado ser igualmente difíciles de conseguir.

En todo caso, la medicina, en la lucha contra los patógenos, centra la mayor parte de su atención y de sus recursos en la búsqueda de medicamentos y vacunas. Sin embargo, tanto las vacunas que proporcionan una inmunidad total como los tratamientos que nos liberan de la enfermedad, son la excepción y no la regla, incluso en el caso de los patógenos más antiguos.

Así, el mejor mejor tratamiento para la gripe, un patógeno que infecta anualmente a mil millones de personas, puede hacer, como mucho, reducir la duración de los síntomas de la enfermedad en un día o dos. Y lo mismo ocurre con las vacunas, pese a la inversión y el esfuerzo anual en su investigación, desarrollo y distribución, sólo son, en el mejor de los casos, parcialmente efectivas, como demuestra el cerca de medio millón de muertos anuales, una buena parte de ellos después de haber sido vacunados.

Así mismo, aunque la cobertura mundial de las principales vacunas infantiles ha aumentado significativamente, no incluye a todos los países y siguen muriendo muchos niños por enfermedades que se pueden prevenir con vacunas. Por otra parte, no podemos olvidar que algunas vacuna no están libres de controversias (como ocurre con la vacuna del meningococo B o del Virus del Papiloma Humano (VPH) y que no se pueden menospreciar los efectos adversos, como consta en el sistema internacional de información (VAERS) que registra los eventos indeseables de las vacunas. Por último, es un hecho que muchas enfermedades infecciosas declinan cuando mejoran las condiciones de nutrición, vivienda y sanidad.

Ahora, en nuestra actual pandemia, hay una carrera desesperada y una expectativa sin limites para conseguir medicamentos y vacunas. Pero, de momento, debemos enfrentarnos al SARS-Cov-2 sin armas farmacológicas eficaces y lo mismo ocurrirá cuando tengamos que hacerlo ante un próximo coronavirus, un virus mutante de la gripe u otro patógeno novedoso.

Confiar en las vacunas, los antibióticos y los antivirales para lidiar con las futuras epidemias es como si para evitar el cambio climático basado en los combustibles fósiles confiásemos en la captura de dióxido de carbono o en la geoingeniería.

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